La madurez está desprestigiada, por eso creemos que hay que prepararse para afrontarla en lugar de relajarse a disfrutarla. En otras culturas algo más cercanas a la naturaleza humana, se considera la madurez como el período que más se aproxima a la sabiduría: combina la experiencia vital con la energía corporal y la lucidez intelectual.
Hace algunos años escuché decir a un maestro que la juventud duraba los primeros 50 años y que sólo después de esta primera etapa, estábamos en condiciones de alinearnos con la vida, hacer elecciones conscientes y entrar en profundo contacto con la vida espiritual. Es decir que el momento exacto para desplegar lo aprendido en el pasado, sería durante el inicio de la madurez. Luego -mientras el cuerpo resista y la mente imagine- tendríamos muchos años por delante para usufructuar de estas bendiciones.
Los enemigos de la madurez son los prejuicios que tenemos cada uno de nosotros sobre el paso del tiempo. En lugar de vivirlos como un tesoro, creemos que son una pérdida. Sin embargo, ¿qué es lo que perdemos? ¿Un cuerpo esbelto? ¿Es eso? Si nos detenemos a pensar seriamente, constataremos que es una nimiedad. Porque no perdemos necesariamente salud, ni seducción, ni inteligencia, ni esperanzas, ni vitalidad, ni proyectos, ni fuerza, ni generosidad. Todo lo contrario. Habitualmente aumentamos los niveles de altruismo a medida que pasan los años. Expandimos el conocimiento interior, adquirimos más herramientas para el intercambio humano. Sabemos amar más y mejor. En realidad es el momento en que estamos encontrándonos genuinamente. Sólo se trata de aceptar con felicidad que merecemos haber alcanzado la madurez, gracias a todo lo vivido.
Por lo tanto aprovechemos los momentos de máximo esplendor vital. La madurez nos encuentra menos preocupados por la supervivencia y más dispuestos a escucharnos. Paradójicamente ahora tenemos más tiempo. Ya no corremos detrás de las horas sino que el tiempo se sienta a nuestro lado y nos acompaña en los pequeños actos cotidianos. Hay una vida real cuando miramos hacia atrás, por lo tanto sabemos qué y cómo mirar hacia el futuro.
Laura Gutman