Una civilización respetuosa, amorosa, solidaria y beneficiosa para todos, debería ser niñocéntrica. Es decir, organizada según las necesidades de los más pequeños.
Adaptada a los más pequeños. Fácil y dichosa para los más pequeños.
¿Cómo haríamos algo así? Es relativamente sencillo. Deberíamos estar al servicio de los niños y no al revés. Deberíamos adaptarnos a todo aquello que el niño manifiesta o reclama en lugar de pretender que los niños se adapten a la comodidad de los adultos. ¿Hasta cuando? Hasta que el niño se sienta confortable. Esa es la medida: El confort de un niño.
¿Es esperable que los niños organicen todas nuestras áreas de la vida humana? Sí, necesitamos centrarnos en el bienestar original del ser humano, destacando los vínculos primarios, es decir, la relación entre adultos y niños. Los seres humanos nos hemos extraviado hace mucho tiempo. ¿Desde cuando? No lo sabemos. Los libros de historia se refieren a épocas demasiado recientes, por lo tanto no tenemos referencias confiables ni recuerdos de un pasado que nos permita querer retornar allí. A falta de referentes históricos, me permito tomar como el referente más confiable, al niño tal cual llega al mundo. Estoy segura que si confiáramos en la naturaleza instintiva de cada niño, recuperaríamos el sentido común, la alegría y la prosperidad. Y sobre todo, recuperaríamos algo que hemos perdido hace muchas generaciones: la capacidad de amar al prójimo.
Laura Gutman