El drama de los adolescentes es que apenas ayer, eran niños relativamente abandonados, exigidos y descuidados. Ahora se encuentran repentinamente con más fuerza física, cierto nivel de autonomía y con deseos opuestos a los nuestros -padres o maestros- registrando la necesidad interna de desafiarnos. Lamentablemente, la consecuencia habitual de ese desafío va a ser la expulsión -en términos emocionales- del territorio de intercambio afectivo. Claro, los adultos no estamos dispuestos a que alguien nos contradiga, mucho menos quien hasta hace poco tiempo dependía de nuestras decisiones. De ese modo actualizamos el abandono histórico, reflejado en el desprecio por las elecciones que el adolescente realiza. Luego -para rematar- aumentamos el control sobre los actos que el adolescente pretende desplegar, suponiendo que es incapaz de tomar decisiones adecuadas. De hecho, raramente el joven o la joven amado/a por el adolescente será aceptado/a en la familia. Sus elecciones –diferentes a las nuestras- difícilmente tendrán nuestro apoyo. Hasta la rebeldía será despreciada y humillada.
Si los adultos comprendiéramos que los adolescentes –es decir quienes están en una compleja transición entre la infancia y la adultez- necesitan auto regularse entre ellos, permitiríamos que se junten más, convivan más entre pares, resuelvan más y mejor sus asuntos y sobre todo, apoyaríamos sus movimientos mientran van calibrando armónicamente la capacidad de valerse por sí mismos. Suponer que la adolescencia es sinónimo de dolor de cabeza para los padres, es una estupidez. Si hubieran sido niños amados, acompañados, observados sin prejuicios ni exigencias; la adolescencia transcurriría con alegría y libertad. Pero si quienes son adolescentes hoy, ayer han sufrido el abandono emocional en cualquiera de sus formas, la confrontación hacia nosotros será feroz. En esos casos sentiremos la rabia acumulada de nuestros hijos, y seremos nosotros quienes les tendremos miedo. Casi tanto como el que ellos han sentido de nuestra parte.
Si verdaderamente queremos reparar aquello que no supimos hacer en el pasado, ahora es el momento justo. Es hora de pedirles disculpas y empezar a amarlos como ellos necesitan, no como nos resulta cómodo a nosotros.
Laura Gutman