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Perdidos sin nuestra brújula interna

 

Aunque todas las religiones y sistemas morales del mundo, apuntan al desarrollo de la capacidad de amar, es decir, ponderan la inteligencia al servicio de la reciprocidad y el altruismo para que cada individuo ofrezca al prójimo lo mejor de sí mismo en beneficio de la comunidad entera; la realidad es que colectivamente caminamos por un surco básico, estúpido y lineal del que tenemos muchas dificultades para apartarnos. La mayoría de las personas respondemos a ideas comunes que funcionan en automático, más ligadas al miedo que a cualquier otra cosa. Miedo a ser diferentes, miedo a pensar con autonomía, miedo a reflexionar y a hacerse responsables de nosotros mismos. Es más fácil ser parte del rebaño que hacerse cargo de la propia individualidad.

 

Sin importar qué área de la vida cotidiana abordemos, es sencillo registrar el nivel de automatismo de pensamiento que conservamos. Todos pensamos lo mismo en relación a la educación, la crianza de los niños, la alimentación, la cultura, las escuelas, el valor que otorgamos al ascenso social ligado obviamente al incremento patrimonial. Todos pensamos más o menos lo mismo respecto al amor romántico, a la infidelidad sexual, a los celos entre hermanos, a la idea de justicia, a lo que es pecaminoso o ilegal, a la división entre el bien y el mal. Quiero decir que sin darnos cuenta opinamos lo mismo, organizamos nuestras vidas en base a los mismos parámetros culturales y sufrimos aprisionados por las mismas leyes auto impuestas a falta de reflexión, autonomía y libertad.

 

Posiblemente, el hecho que todos caminemos por el mismo surco en todas las áreas de la vida, es consecuencia de no haber tenido la oportunidad de auto regularnos desde el momento mismo del nacimiento. Es decir, hemos perdido nuestra brújula interna, que es la madre de todas las brújulas. Si no podemos comer cuando tenemos hambre, si no podemos negarnos a comer cuando simplemente el apetito no aparece, si no podemos resarcirnos en brazos de nuestra madre cuando la necesitamos, si nuestro pulso vital interno no se despliega y nos vemos obligados a acomodarnos a reglas externas, luego cualquier mandato, cualquier camino, cualquier decisión va a ser impuesta fácilmente, porque no tendremos registro del propio ritmo. Las pautas externas funcionan en nuestro mundo porque no permitimos al niño recién nacido ni al niño algo mayor, respetar sus impulsos básicos, hasta que los olvida por completo. Y a partir de ahí, estamos perdidos.

 

Laura Gutman