Cuando algo inesperado nos sucede trayendo dolor y desesperanza, cuando imprevistamente se desvía el rumbo de nuestras vidas, solemos preguntarnos por qué a mí, por qué en este momento o incluso por qué Dios me ha castigado. Ninguno de nosotros está exento de sufrir una pérdida irreparable. Y normalmente lloramos por nuestra desgracia, cosa que es totalmente lógica y humana.
Con frecuencia el hecho traumático nos paraliza y nos somete a la inmovilidad emocional. Otra opción que requiere coraje y una gran generosidad de nuestra parte es modificar la pregunta: no seguir dando vueltas sobre por qué nos ha sucedido cierta desgracia sino “para qué ha llegado a nuestra vida este acontecimiento, hacia donde nos conduce, qué nos impone, qué nos impide, qué caminos nos obliga a emprender, qué enseñanzas nos acerca, qué nos falta aprender y sobre todo cuál es el beneficio oculto.
Toda tragedia es una puerta abierta. Si ya hemos perdido el miedo y decidimos ir al fondo de las manifestaciones de nuestro destino, descubriremos que junto al dolor puede aparecer un sentido completamente nuevo para nuestra vida. Entonces puede aparecer la preocupación por el bienestar ajeno. Más que nunca tendremos la certeza y el deseo de estar al servicio del otro, de crecer a favor del otro, de cuidar, brindar apoyo y cobijo, sea quien sea ese otro. Entonces surgirá del fondo de nuestro ser una vitalidad, una fuerza y un fuego ardientes capaces de romper las barreras del tiempo. Haremos lo que sea por un niño, por un animal, por una planta, por una obra de arte, por una idea, por un proyecto o por un sueño. Sabremos que no hay medida para la ofrenda y que la vida es muy corta, que siempre habrá alguien que estará en peores condiciones físicas o emocionales que nosotros. Ya hemos atravesado las puertas de nuestro infierno personal. No importa si algo malo nos sucede. Lo único que importa es qué hemos aprendido y qué personas se han cruzado en nuestro camino gracias a la tragedia que nos ha tocado vivir.
A veces el sentido pleno aparece muchos años después de la pérdida o del hecho doloroso en sí mismo. Al mirar hacia atrás sabemos que ese acontecimiento sufriente fue la gran oportunidad de nuestra vida, lo que nos ha permitido ser quienes somos. Y que fue sólo cuestión de esperar que se manifestara en el orden esencial.
Laura Gutman