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La violencia empieza en la falta de maternaje cuando fuimos niños

Desde el punto de vista del bebé que hemos sido, toda experiencia sin suficiente apoyo y sostén ha sido hostil, por lo tanto violenta. Porque actúa en detrimento de las necesidades básicas de los niños quienes nacemos totalmente dependientes de los cuidados maternos.

Los niños necesitamos al adulto maternante para sobrevivir. Necesitamos contención, calor, protección corporal permanente, disponibilidad y cercanía emocional de nuestra madre que media entre el mundo externo y nosotros.

Sin embargo esa no ha sido nuestra vivencia infantil. Casi todos hemos experimentado un nivel de hostilidad y de distancia emocional que nos ha obligado a desarrollar ciertos mecanismos de supervivencia frente a diferentes niveles de soledad, abandono, violencia activa o pasiva, desprecio, humillación, desatención o distancia emocional. Esos mecanismos están descritos en varios libros que he publicado y que demuestran cómo se perpetúa la violencia en el mundo. Los mecanismos de supervivencia serán análogos a la violencia recibida. Aprenderemos a usarlos en cada circunstancia, cada ámbito, cada vínculo afectivo con el propósito de salvarnos incluso si el otro -quien sea- termina herido. Esos mecanismos -que son diversos y que no los describiré en el presente artículo- los aprendemos durante nuestra infancia, los aceitamos durante la adolescencia y los desplegamos durante la adultez, de modo inconsciente. Que sean reacciones inconscientes o automáticas, es decir que explotemos, castiguemos, humillemos, despreciemos o sometamos al otro “sin darnos cuenta”, no nos quita responsabilidad a los adultos. Justamente nuestra obligación es comprender nuestros automáticos. Alguna vez tendremos que abordar en primer lugar, qué nos pasó cuando fuimos niños y qué hemos hecho luego para sobrevivir a ese nivel de desamparo sufrido. Para luego aceptar, comprender y hacernos cargo de la violencia que hoy desplegamos  sobre quien es más débil, es decir sobre quienes son niños hoy.

Entiendo que nos parezca espantosa la violencia de género, la violencia en las escuelas, la violencia del narcotráfico o la violencia social. Sin embargo esa violencia colectiva es consecuencia de cada una de nuestras realidades emocionales que aún vibran en nuestro interior como reacción a las propias experiencias infantiles. Por lo tanto, hay algo urgente que podemos hacer cada uno de nosotros: Revisar con ojos bien abiertos qué nos acontenció, aceptar el nivel de violencia al que hemos estado sometidos sobre todo por nuestra propia madre y reconocer la manera en la que hoy -cada uno de nosotros- ejercemos violencia sobre alguien más débil. Hay mucho para asumir antes de suponer que los violentos son los otros.

Laura Gutman