Muchas experiencias reales que nos han acontecido durante nuestra infancia no han sido nombradas, por lo tanto, para la conciencia no existen. Por ejemplo, supongamos que nos hemos dedicado a cuidar a nuestra madre, porque sufría de depresión. Hoy en día podemos recordar con lujo de detalles todos los infortunios de nuestra madre, ya que ella se ocupó de relatarlos a lo largo de los años. Pero curiosamente nuestra madre no ha sabido nada de nosotros, ni de nuestros sufrimientos acaecidos cuando fuimos niños. En esos casos, nuestra madre nombraba lo buenos y responsables que hemos sido, pero nadie ha nombrado nuestras carencias o necesidades no satisfechas, ni la sensación de no ser merecedores de cuidados. Para nuestros recuerdos conscientes, éramos niños buenos, educados, brillantes en la escuela, sin conflictos y hacendosos. Es decir, hemos incorporado una interpretación de nuestras actitudes o acciones concretas, que pueden estar bastante alejadas de lo que ha sido nuestra realidad emocional. En el caso de este ejemplo, la conciencia no reconoce nada relativo al desamparo ni a las necesidades del niño que hemos sido. Sólo “sistematiza” que éramos buenos y que mamá tenía muchos problemas. Esto no refleja toda la verdad. Pero aprendemos a interpretar la vida desde un punto de vista prestado -habitualmente desde el punto de vista de mamá-. Luego seguiremos alineando nuestras ideas en relación directa con el punto de vista de nuestra madre. De “ese” discurso dependerá si nos consideramos buenos o muy malos, si creemos que somos generosos, inteligentes o tontos, si somos astutos, débiles o perezosos.
Aquí tenemos un problema importante porque la conciencia sólo recuerda lo que es nombrado. Esto significa que, si nos acontece algo que nadie nombra, no lo recordaremos. Por ejemplo, podemos haber padecido abusos sexuales en nuestra infancia. Obviamente nadie dijo nada, en principio porque todos los adultos que había alrededor miraban para otro lado. Nadie nunca dijo: “están abusando de ti y eso es un horror”. Al contrario, lo que se dijo es “mamá tiene muchos problemas y no hay que hacer nada que la preocupe aún más”. O bien, “esto es un secreto, tienes suerte porque te amo, eres el más dulce de los niños del universo y por eso te he elegido”. Por lo tanto, incluso si nos ha acontecido algo bien concreto, algo doloroso, sufriente, lastimoso o hiriente; la conciencia no lo recordará. Porque no hubo palabras. Entonces tampoco hubo una “organización” del pensamiento. No fue posible “acomodarlo” en ningún estante mental ni emocional. Nos pasó algo pero es como si nunca hubiera pasado. Podemos tener sensaciones borrosas o confusas, pero recuerdos concretos, no. Luego crecemos y como “eso” nadie lo nombró, y uno mismo al ser niño tampoco sabía “con qué palabras explicarlo”, entonces “eso” dejó de existir.
Esto que parece inverosímil….es algo común y corriente. Podemos haber vivido algo y no recordarlo. Y al revés: podemos no haber vivido algo, y sin embargo, si ha sido nombrado por alguien importante durante nuestra infancia, recordarlo como si fuera una verdad incuestionable. Moraleja: nuestras opiniones no son confiables, sobre todo si son prestadas.
Laura Gutman