Cuando la furia emocional nos desborda -especialmente si somos aún muy jóvenes-, y cuando no logramos desplegar nuestras alas sometidas al deseo omnipresente de nuestra madre, creemos que seremos capaces de rechazarla a través de otras entidades nutricias, como por ejemplo, el alimento. Así es como iniciamos esta guerra de deseos. Si ganamos esa batalla, nos sentimos poderosas. No comer, ser capaces de decir “no”, no tentarse, no tener hambre, no necesitar del otro, es el trofeo alcanzado. Eso se llama anorexia. Alcanzamos la ilusión de estar demostrándole a nuestra madre que no la necesitamos y que podremos sobrevivir sin ella. Aunque en el fondo estemos desesperadas de amor materno.
Es evidente que el problema no reside en el hecho de no comer, sino que la anorexia es la herramienta ideal contra la invasión del deseo ajeno. Por eso es ridículo que nos obliguen a comer o que controlen cuánto alimento ingerimos, ya que en esos casos reaparece una “entidad externa” con un deseo bien definido que pretende anular el nuestro. Ninguna anoréxica “desearía” comer más. Al contrario. No comer nos permite imponer nuestro deseo y eso nos otorga seguridad. Mientras no comamos, estamos orgullosas de estar ganando la batalla.
Admitamos que visto de este modo, quizás no haya nada más “saludable” para la anoréxica, que cerrar la boca. No conocemos otra manera de defendernos. Si lo supiéramos, no nos dejaríamos morir de hambre.
Que actualmente esta respuesta de la conciencia tenga un nombre y que ahora todos acordemos que se llama anorexia, no significa gran cosa. Porque creemos que hay una enfermedad allá afuera que es la culpable. Desviamos la culpa en la moda, en las imágenes exageradamente delgadas de las modelos, en los talles pequeños de la ropa y en la imagen distorsionada del cuerpo femenino.
En cambio, si ahora somos madres de hijas adolescentes o jóvenes que encuentran en la anorexia el modo desesperado de gritarnos lo que necesitan, rindámosles al menos un homenaje por haber llegado hasta aquí, todavía con las ganas intactas de ser sí mismas. Y preguntémosles qué necesitan de nosotras hoy, aquí y ahora. Dejemos de controlarlas. Pero eso no significa que continuemos ignorándolas. Emprendamos el recorrido que la anorexia se merece: el camino de la comprensión y la aceptación de los deseos ajenos. El camino del amor. El camino de regreso a casa.
Laura Gutman
Extractos del libro “La Revolución de las Madres”