Las personas queremos vivir mejor. Por eso nos hacemos preguntas cuando la vida no se manifiesta tal como nos gustaría. Hacernos preguntas está muy bien. El problema es que esperamos obtener respuestas que se acomodan a fantasías infantiles de satisfacción plena. ¿Quién no quiere vivir en un mundo perfecto con príncipes azules que se arrodillan a nuestros pies o doncellas de larga cabellera dorada que nos sonríen desde sus carruajes de cristal? Para adormecernos en la ensoñación de un cuento, sirven. Pero para vivir adultamente la vida, no. Porque los adultos somos quienes constituimos nuestros escenarios, no vienen por añadidura. Somos responsables de aquello que generamos. Por eso siempre se manifiesta aquello que nos corresponde.
Concretamente, las personas a veces sufrimos o tenemos problemas y queremos solucionarlos. Buscamos respuestas confiables. Entonces delegamos en algunas personas ciertos supuestos saberes: en el pasado eran los brujos o los sacerdotes, hoy son los médicos, los “psi-algo” o ciertos líderes espirituales. Creemos que saben más que nosotros. Pero resulta que eso no es estrictamente verdad, aunque sí saben -los verdaderos sabios- plantear buenas preguntas.
Por eso los invito a no considerar las respuestas como si fueran grandes verdades reveladas, sino por el contrario como la posibilidad de pensar con irreverencia, diversión, libertad, insensatez e ironía. Atrevámonos a salir del surco de las convenciones, a dejar los lugares comunes, a sacarnos los disfraces, a rozar el miedo de abandonar aquello que es seguro, probado e inamovible. Qué importa. En definitiva todos queremos sentirnos bien. No usemos las respuestas como opiniones confiables sino como puertas que se abren para pensar, reflexionar, cotejar, sentir, percibir o crear nuevas dimensiones. Abandonemos los senderos desgastados y obsoletos de las ideas comunes. Miremos más allá de nuestras narices. Renovemos con cada inspiración la totalidad de nuestro pequeño universo personal. Comprendamos que somos apenas un aliento, un suspiro, una bocanada de amor y que de ese amor depende el bienestar de todo ser vivo.
Las personas nos balanceamos entre sufrimientos superficiales y vivencias de conciencia espiritual mayúsculas. Ese ritmo entre lo inconmensurablemente bello a lo estúpidamente pequeño, nos hace humanos.
Laura Gutman