Cuando los adultos tenemos dificultades para ofrecer al niño aquello que el niño pide, nos corresponde revisar nuestro propio desamparo infantil en lugar de echarle la culpa a la criatura. El cálculo es sencillo: si tuvimos hambre (emocional) durante nuestra infancia, esa experiencia perdura en nuestro interior. Luego, cuando devenimos adultos y nos toca nutrir a otro (en este caso, al niño) no tenemos con qué. Entonces nos parece “desproporcionada” la demanda. Si durante nuestra infancia no sólo hemos sufrido desamparo y abandono, sino que además el nivel de violencia, abuso o represión sexual han minado nuestra capacidad de amar, obviamente, nuestros recursos emocionales a la hora de amar a otro -adulto o niño- se verán mucho más comprometidos.
Estos temas nos incumben a todos, ya que todos hemos nacido del vientre de una madre y aquello que nos ha acontecido con nuestra madre, ha determinado el devenir de nuestras vidas. Sobre todo si no estamos dispuestos a revisar aquello que nos pasó ni qué hemos hecho con eso que nos pasó, para tomar decisiones libres respecto a qué queremos seguir haciendo a partir de eso que nos pasó.
El desamparo, la violencia y la dominación de los deseos de los adultos por sobre los deseos de los niños, es intrínseco al Patriarcado, o sea, es propio de nuestra civilización. Es raro encontrar niños a quienes no les haya sucedido todo “eso”. Los mecanismos de dominación los hemos aprendido desde nuestras más tiernas infancias. Esas modalidades luego se multiplican en el seno de las familias, de los pueblos, de las ciudades y por supuesto dentro de las organizaciones de los Estados. Es sólo una cuestión de escala. Aquello que hacemos las personas en nuestras vidas privadas, se plasma en los vínculos colectivos. Nuestros modelos de relación en un formato individual son equivalentes a los funcionamientos en una escala social. Es lo mismo, pero con mayor envergadura. De hecho, la vida colectiva siempre es un reflejo de la sumatoria de vidas individuales.
Todas las comunidades ideamos un orden posible para gestionar la vida colectiva. Votemos a quien votemos, seamos más democráticos, socialistas, comunistas o liberales…haremos lo que seamos capaces de hacer como individuos. Justamente, como somos las personas que somos (es decir, niños desamparados y hambrientos) estableceremos sistemas de dominación. Luego -cuando accionamos en la vida pública- haremos lo mismo que en la vida privada.
Ahora bien, la forma más eficaz para “darnos cuenta” que estamos dentro de un pulso, ya sea de dominadores o de dominados, es revisando primero los “discursos engañados” individuales. Pero eso…se me ocurre que desentrañar el gran engaño global, sólo será posible cuando un puñado de algunos millones de personas emprendamos esa aventura. Individualmente.
Laura Gutman.