Revisar el discurso de nuestra madre o de la persona que nos crió, es excesivamente complejo. En principio, creemos ciegamente en lo que mamá nos dijo. Luego -bajo la misma dinámica y en una escala ampliada- vamos a creer cualquier cosa que se acomode a algo parecido al confort infantil. En la medida que cada uno de nosotros esté acomodado en su propio “discurso engañado” organizando un conjunto de ideas, juicios y opiniones más o menos confortables, no tendremos necesidad de reflexionar o de pensar algo “diferente”.
Justamente, de eso se tratan los discursos de los hombres y mujeres que trabajan en política o que ocupan territorios de poder. ¿Por qué es tan frecuente que algunas personas desequilibradas, a veces incluso estúpidas, otras veces hasta ignorantes, lleguen a lugares de poder impensados? Porque entre la gente común y corriente, formamos una masa enorme de personas sometidas al deseo del otro, ya que ésa ha sido nuestra experiencia infantil. Hay alguien parecido a mamá, a papá o al peor depredador de nuestra niñez -pero a quien hemos amado- que nos dice que nos va a proteger. Y que vienen tiempos de paz. O que vamos a ser una nación estupenda. Que vamos a defender con uñas y dientes nuestros derechos. Que de su mano aparecerá el progreso o que estaremos salvados.
Para ello, contamos con un instrumento muy poderoso, que es el conjunto de los “medios de comunicación”. Estos “medios” invisibles pero omnipresentes se ocupan de “informar” las 24hs del día, a través de todos los formatos electrónicos, la tele, los diarios, la radio, las revistas, las webs y teléfonos inteligentes; aquello que -quienes dominan-, consideran que -quienes estamos sometidos- “tenemos” que saber. De hecho, se “inventan” supuestos “intereses” en base a un engaño colectivo. Que a nosotros “nos importe” consumir una noticia para saber qué miembro de un partido político se peleó con otro, o quién fue echado de su puesto o qué reunión tuvo alguien con algún funcionario de otro país, o qué traje llevaba puesto un ministro o qué affaire amoroso tuvo un embajador o qué cena se sirvió durante la firma de un acuerdo…es francamente sorprendente. Porque….¿a quién le importa? A nadie. No es asunto nuestro.
Sin embargo, ya nos hemos entrenado históricamente para desviar nuestra curiosidad hacia esos eventos que eran importantes para el otro. Y sin saber por qué, desde entonces, le seguimos otorgando un lugar primordial. Por eso, es lógico que todos los días sigamos leyendo o escuchando durante horas aquello que es fundamental para otros, no para uno. Es un pulso automático. Es un pulso de dominación.
Laura Gutman
Extracto del libro “Amor o dominación: los estragos del Patriarcado” de próxima aparición.