Si durante nuestras infancias tuvimos que escuchar, callar y obedecer y si -por sobre todas las cosas- a ningún adulto se le ocurrió formularnos preguntas abiertas para entrenarnos en el pensamiento libre, autónomo o creativo; en la actualidad nos conformaremos con las verdades externas establecidas.
¿La medicina alopática es la mejor para curar enfermedades? Bueno, si mamá lo dice. ¿Todos los niños tiene que ir a la escuela? Sarmiento lo dice ¿La leche es saludable? La industria láctea lo dice ¿Las vacunas terminaron con las epidemias? Y, los laboratorios lo dicen. ¿Los niños tienen complejo de Edipo? Sí, los psicoanalistas lo dicen. ¿Los bebes tienen angustia al octavo mes? Los pediatras lo dicen. ¿El cáncer no se cura? Los oncólogos lo dicen ¿El llanto de los niños fortalece los pulmones? Las abuelas lo dicen ¿Los niños necesitan más limites? Los educadores lo dicen. ¿Mejor una mamadera con amor que la lactancia sin ganas? Las puericultoras lo dicen. ¿Dormir con los niños? Las madres, las suegras y las cajeras del supermercado lo dicen ¿Y la relación de pareja? Los matrimonios en guerra lo dicen ¿Y el calcio? La propaganda en la tele lo dice ¿Y si se malacostumbra? Las amigas lo dicen ¿Pero cómo no va a ir a visitar a sus abuelos? Los abuelos de la otra rama lo dicen ¿No le doy antibióticos? La vecina lo dice ¿Cómo voy a abandonar a mi madre? La fuerza de la costumbre lo dice ¿Cómo puede ser que alguien quiera enfermarse? La incredulidad lo dice ¿Pertenecerá a una secta? La necesidad de desacreditar al otro lo dice ¿Irme sola? El miedo lo dice.
Que haya una voz externa que estipule algo, nos trae alivio. Porque alguien toma una decisión, por lo tanto también asume la responsabilidad respecto a eso que decidió. Luego quien asume la responsabilidad, tendrá en el futuro libertad de movimientos, es decir, poder suficiente para seguir resolviendo las cosas a su antojo. Al mismo tiempo, eso nos libera a nosotros de cargar con tal compromiso.
Al fin y al cabo ¿qué es el poder de algunos pocos sobre muchos otros? Es resultado de la imperiosa necesidad de que nadie más nos haga daño. Si hubiéramos crecido dentro de un sistema amoroso, el poder personal lo usaríamos en beneficio del prójimo y no lo precisaríamos para aliviar nuestros miedos en la medida en que los demás nos nutran o nos teman. Son dos caras de la misma moneda. Sometedores y sometidos provenimos de los mismos circuitos de desamor y desamparo. Pero sólo podremos desarticular estas dinámicas tóxicas si reconocemos el miedo infantil que nos devora.
Ahora bien, una vez que emprendamos una investigación valiente sobre nuestro territorio sombrío y abordemos la dolorosa realidad respecto a nuestras experiencias infantiles, no tendremos más opción que revisar la dimensión del desamparo y la desesperación por ser amados que aún vibra en nuestro ser interior. Luego habrá tiempo para recomponernos y organizar nuestras propias creencias.
Laura Gutman