Acompañar a otros en la infructuosa tarea de observar la propia sombra, es complejo e ingrato. Se requiere contar con una estructura emocional sólida, experiencia de vida y un enorme deseo de hacer el bien. Para ello fui organizando un “método” con cierto espíritu para ser evocado en el trabajo. La intención de enseñar -para contar con más profesionales que aprendan a trabajar con libertad, altruismo y amor verdadero- me obliga a sistematizar los conceptos. Tengo que “teorizar”, es decir, ordenar pensamientos basados en la casuística, dejar disponibles variadas “hojas de ruta”, y revisar cada día los resultados para afinar, mejorar y lograr un nivel de excelencia que todos merecemos.
Ese método terapéutico lo denominé la construcción de la “biografía humana”. Admito que aquello que escribo durante el año 2013, va a quedar en parte obsoleto dentro de dos o tres años, en los que seguramente estaré escribiendo otra cosa. Pero así andamos el tiempo y yo: habitualmente desencontrados.
Un dilema frente a la sistematización de la metodología, es que en cada asistencia y en cada acompañamiento de un individuo, surgen nuevos interrogantes, nuevas posibilidades de abordaje, nuevas formas de mirar y dar vuelta los discursos engañados arraigados desde tiempos remotos. Es un arte. Es posible aprenderlo. Pero necesita también la creatividad, la inventiva, la intuición y cierto entrenamiento lúdico para permitirnos probar, arriesgar, proponer o desarmar tanta creencia arraigada y tanto prejuicio instalado en nuestros pensamientos habituales.
¿Cómo enseñar la utilización de la metodología si cambia a cada rato? Justamente, precisamos usar una dosis de método mezclado con muchas dosis de intuición y conexión con el ser interior del otro. También es imprescindible saber que –aunque intentemos abarcar la trama más completa posible- siempre será un “recorte” de nuestra totalidad. Las personas somos como los icebergs: manifestamos visiblemente una muy pequeña porción de nuestro escenario, que está compuesto por muchos planos análogos, de los que podemos vislumbrar apenas una punta. Es más, cada uno de nosotros encarnamos la historia de nuestros antepasados que –al no haber sido resuelta por ellos- luego nos toca hacernos cargo de un modo u otro. Alguien tiene que ser responsable en algún momento, de las acciones de todos los personajes del pasado. Caso contrario, estamos delegando en nuestra descendencia un cúmulo de violencia, abuso, desesperación y locura que enfermará y confundirá a las próximas generaciones.
Aunque es difícil tomar en cuenta tantos planos simultáneamente, es importante saber que allí están, manifestándose al mismo tiempo. Al observar la complejidad de la biografía humana de cada individuo, hay que saber que eso que aparece como problema, enfermedad, conflicto o sufrimiento está inmerso en algo más grande que lo que aparece a simple vista. Tenemos que detectar el propósito supremo.
Quiero decir, estamos frente a una inmensidad. Aunque entendemos nuestras limitaciones y sabemos que no podremos abordar la grandeza de una vida que lleva dentro de sí la vida del universo entera, es indispensable que siempre tengamos en cuenta que abordaremos sólo una pequeña porción de la realidad física, emocional y espiritual de un individuo. Y que luego, una vez que ordenemos una parte, tendremos acceso a otra más profunda, y así hasta el infinito, en una espiral de conocimiento.