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Charlie Hebdo: La raíz del drama

Aún consternada por las noticias del asesinato de dibujantes y trabajadores de la revista Charlie Hebdo en Paris y leyendo con interés las opiniones de filósofos, políticos, periodistas, artistas y pensadores de todo el mundo; quiero contribuir con un pensamiento suplementario que -creo- apunta a la raíz de estos hechos dramáticos. El atentado a las Torres Gemelas en Nueva York, el atentado de Atocha en Madrid, el atentado a la sede de la AMIA en Buenos Aires y tantos otros asesinatos de los que hemos sido testigos alrededor del mundo y que seguirán ocurriendo; no encontrarán solución si pensamos que sólo hay que “redoblar la lucha” por la libertad o la lucha por ciertos valores a los que obviamente adherimos la mayoría de los individuos. En estas trágicas circunstancias, nos unimos en el resurgimiento de sentimientos que son propios de nuestra naturaleza humana: la solidaridad, la compasión y el amor a la vida; estableciendo una sutil sintonía entre unos y otros y vibrando con la emoción contenida de las calles de París, aunque no estemos físicamente allí.
Por otra parte es probable que los poderes políticos aprovechen el miedo generado en la población para reforzar el control sobre los ciudadanos, la militarización de la vida cotidiana y la brecha entre naciones, religiones o razas.
Sin embargo esta violencia atroz y en cierto punto incomprensible no es un problema de religiones ni de culturas. Es un problema invisible, sordo, latente y desesperado de desamparo durante la primera infancia. Lamentablemente los desamparos de los que provenimos no tienen fronteras de culturas ni de religiones: estamos igual de mal en todas partes. Nacemos iguales en todos los rincones del planeta: humanos de naturaleza amorosa. Venimos al mundo para amar al prójimo. Pasa que al no haber sido suficientemente amados durante la niñez, luego buscamos resguardo y pertenencia en cualquier lugar, a falta de pertenencia en la sustancia materna. Un grupo cerrado y protector con una ideología cualquiera puede “hacernos sentir” que somos valiosos. El grupo nos ofrece identidad, objetivos para compartir, vivencias místicas y palabras de algún líder que organiza nuestras emociones desencontradas. Si esas experiencias emocionales no las hemos recibido de una madre o de una familia entrañable, las adoptaremos de cualquier circuito que nos resulte afectivamente organizador. Luego, seremos leales y haremos lo que sea con tal de seguir perteneciendo a ese territorio emocional que nos ha dado amparo. Por supuesto que hay diferencias y graduaciones. No todos salimos a matar. Pero reconozcamos que el valor que le damos a nuestra vida -y a la vida de los otros- es proporcional al deseo de vivir. Y ese deseo de vivir está arraigado en la vivencia interna de haber sido -o no haber sido- amados al inicio de nuestras vidas.
Pido disculpas por ser reiterativa en este punto: si de verdad pretendemos cambiar el mundo, si nos avergüenzan los actos terroristas y si comprendemos que el amor al prójimo es el valor supremo, no tenemos más opción que revisar -cada uno de nosotros- la calidad del amor que hemos recibido y luego -comprendiendo nuestras falencias- tomar la decisión de amar.
Comparto una frase del Apóstol Juan: “El que dice: ”Amo a Dios” y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios -a quien no ve- el que no ama a su hermano -a quien ve-?”

Laura Gutman