Recién cuando aparece el consumo de drogas, bulimia, anorexia o depresiones, los padres registramos que algo está pasando. Sin embargo ese joven adolescente atravesó toda su infancia pidiendo apoyo para respetar su propio ritmo o sus deseos ocultos, siendo rechazado y conformándose con no defraudarnos, desplazando sus necesidades primarias. Hace varios años abandonó sus propias señales, por eso cuando le preguntamos qué desea o qué le importa… clava su mirada en un punto perdido con cara de nada o a lo sumo, se sumerge en la música que suena dentro de sus auriculares.
Aún así, es increíble que los padres dispuestos a iniciar un diálogo con nuestros hijos adolescentes, desde la honestidad y el dolor de nuestras propias limitaciones, logremos rápidamente atraer la atención de estos jóvenes en apariencia apáticos. Podemos jugar las últimas cartas de la comunicación y la apertura del corazón, siempre y cuando estemos dispuestos a contemplar la realidad y compartir nuestros descubrimientos -a veces dolorosos- con nuestros hijos. Cuando se conviertan en adultos en pocos años más, todo proceso de indagación personal va a depender de la decisión consciente y personal de ellos. Ya no de nosotros.
Es evidente que somos los adultos quienes podemos reconocer nuestra incapacidad para ofrecer algo más que la violencia interna que nos devora. Aún mientras insistimos en creer que la urgencia se instaló ahora que el síntoma se hizo demasiado evidente, cuando en realidad hace años que el niño viene pidiendo auxilio.
Urgente es el hambre de mamá cuando soy recién nacido, urgente es la caricia contenedora de mamá cuando soy pequeño y hay depredadores por doquier, urgente es la presencia de mamá cuando mi cuerpo está desgarrado de soledad. En cambio cuando cualquier sustancia viene a calmar toda urgencia… nos sobra el tiempo para recorrer los rincones de la historia personal. Ya pasaron tal vez quince años o dieciocho o veinte. Nunca antes estuvimos dispuestos, porque no nos pareció peligroso el llanto desgarrador del bebé, el llanto desesperado del niño en el colegio o las enfermedades a repetición de un niño cada vez más debilitado.
Es posible que el adolescente descrea de nuestros acercamientos ya que pasó toda su vida reclamando presencia sin obtenerla. ¿Por qué tendría que confiar en nosotros? Nada lo remite a fiarse de nuestras pretensiones amorosas. En estos casos, a veces es útil que otro adulto contenedor y comprensivo, apoye a la familia en el último intento de ese joven por recibir cariño sintiéndose merecedor y valioso como hijo.