Quienes deseamos acompañar procesos de indagación personal, es decir, quienes estamos dispuestos a mancharnos en el dolor y la oscuridad, con la esperanza de encontrar el sentido profundo de la vida, precisamos salir del “Surco Patriarcal Convencional”. Despojarnos de “normalidad”. Renunciar a la dulce sensación de ser queridos. Desprendernos de las teorías, por más seductoras que parezcan. Salir del Surco es estar dispuestos a quedarnos solos, sin necesidad de aceptaciones externas que avalen nuestras tareas.
Personalmente, a veces observo cómo el “inconsciente colectivo alternativo” quiere atraparme aferrándose a mis supuestas teorías. Pero resulta que no me interesan para nada. No lucho por la crianza con apego, ni defiendo la lactancia a ultranza, ni soy la defensora acérrima del co-lecho (por repetir algunas frases que han sido publicadas en medios de comunicación). Nada de eso. Lo único que me importa es el abordaje de cada individuo con sus dificultades a cuestas, la laboriosa investigación para detectar su discurso engañado y la propuesta poco atractiva de revisar todo esa “fantasía” hasta llegar a la verdad íntima de esa persona. Para que luego el individuo haga lo que quiera con ese nuevo punto de vista sobre sí mismo. Eso es todo. Para ello, tenemos que estar lo más lejos posible del “Surco”. ¿No quiere ir a la escuela? ¿Y qué pasa si no va a la escuela? ¿Cómo? ¿Cómo no va a ir? ¿Pero dónde va a dormir mi marido? ¿Y la relación de pareja? ¿Y si no toma leche, qué le doy? ¿Y el calcio? ¿Y si se malacostumbra? ¿Pero cómo no lo voy a vacunar? ¿Y si le pasa algo, qué hago con mi culpa? ¿Pero cómo no va a ir a visitar a sus abuelos? ¿No le doy antibióticos? ¿Cómo voy a abandonar a mi madre? ¿Cómo puede ser que alguien quiera enfermarse? ¿Pero será tan así? ¿No es exageración? ¿Y si cuando sea grande me recrimina? ¿Irme sola?
Cualquier propuesta “diferente”, nos ayuda a salir del surco anquilosado en el que vivimos. Justamente, al profesional que acompaña procesos de indagación personal, también le toca cuestionarse todo para tener la valentía de cuestionarle todo al consultante. No dar nada por sentado. No aconsejar. No decidir qué es correcto y qué no. No opinar. No tener juicios de valor. No desear la cura de nadie. No suponer que lo que tiene para decir al consultante es una genialidad. No pretender que el consultante haga cambios. No anteponer sus propias creencias. No sostener ninguna ideología. No ejercer poder sobre el otro. No asumir ningún supuesto saber. No retener al consultante creyendo que lo mejor es continuar con el tratamiento. No convertirse en un referente ni en un aliado. No permitir la admiración del consultante. No estar seguro de nada.
El terapeuta -a mi criterio- es alguien que invita a ingresar en las cavernas oscuras del alma, que está dispuesto a ir más allá y correr riesgos. Es alguien que se involucra al punto de terminar herido, si fuera necesario.
Laura Gutman