Si recordamos nuestra propia adolescencia o si convivimos con adolescentes, sabemos que esta afirmación es cierta. Los adolescentes nos vamos a dormir tarde, nos reunimos con amigos durante la madrugada y preferiríamos despertarnos tarde. Es una pena que nos veamos obligados a ir a la escuela muy temprano por la mañana.
¿Es una moda? No. Es confirmación de que los adolescentes –para individuarnos- necesitamos funcionar por fuera de nuestra propia manada. Estamos despiertos cuando nuestra comunidad duerme. Exploramos nuestras habilidades cuando nuestros padres o guías no nos dan indicaciones ni nos controlan. Tanteamos nuestras experiencias excitantes de amistad, sexuales o vocacionales por fuera de todos los mandatos y sistemas de control de nuestra tribu. La única forma de hacerlo es cuando los demás duermen.
Es curioso pero cuando los individuos precisamos arriesgarnos para asumir la propia libertad sin límites huyendo de todo control propio o ajeno, aprovechamos la noche. Un ejemplo interesante es constatar que las mujeres parimos usualmente de noche cuando los demás miembros de nuestra propia especie duermen. ¿Por qué? Porque las comunidades se constituyen –en parte- como fuente de seguridad. Esa garantía de estabilidad implica el cierre de fronteras, por lo tanto brota una cuota de control. Entiendo que estos conceptos son sutiles, pero verdaderos. Dicho esto, si buscamos –a veces sin tener plena conciencia- artilugios para desplegar la autodeterminación y la espontaneidad, precisamos ausentarnos de los territorios vinculares. La noche es el mejor refugio para no responder a mandatos internos ni externos. A la noche estamos más solos, más conectados con vivencias oníricas y más libres de prejuicios. La noche también es una buena aliada para inspirarnos, de hecho casi todos los artistas creamos nuestras obras cuando los demás duermen. Entonces es entendible que los adolescentes también despleguemos nuestras virtudes, en los momentos en los que nos sentimos menos expuestos y más libres.
Por otra parte -funcionando contra-reloj- conseguimos armar nuestras propias agrupaciones entre jóvenes tan ávidos de libertad como nosotros, creando identidad en intereses en común: la música, la astronomía, el teatro, los juegos electrónicos, los clubes de fans o lo que sea que nos congregue.
Si los adultos comprendiéramos que los adolescentes –no solo quieren sino que sobre todo deben- dormir de día y estar activos de noche, cambiaríamos para ellos los horarios de escuelas, actividades deportivas y artísticas. En lugar de luchar contra ellos y considerarlos perezosos por no despertarse a la mañana con entusiasmo, cuánto nos beneficiaríamos si aceptáramos una verdad tan simple y obvia: los adolescentes necesitan constituirse en sí mismos. Y para ello, tienen que estar fuera del tiempo de los demás.
Laura Gutman