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El tic tac de los pulsos vitales

Los seres vivos funcionamos en base a ciertos ritmos y pulsaciones. Algunas están tan presentes que ni siquiera nos damos cuenta: por ejemplo, el ritmo cardiaco o el ritmo de la respiración. Desde el primer signo de vida contamos con varios relojes internos que están en franca relación con los relojes universales: el fluir de nuestras venas en sintonía con el fluir de los ríos, los ciclos femeninos en armonía con los movimientos lunares y las mareas, los movimientos de los planetas, de las estrellas, de los vientos, de los climas, de los volcanes, acompasando nuestro flujo sanguíneo. Las  pulsaciones externas e internas marcan nuestro ritmo y nuestra energía vital. Sin ritmo, no hay vida. Podemos decir que es un entramado de “tic tacs” que se entrelazan y van conformando los complejos ritmos universales en los que estamos inmersos.

Los seres humanos estamos regidos por las pulsiones: supervivencia, hambre, sueño, deseo, superación. Es el placer lo que nos mueve hacia la superación y la belleza. Del mismo modo que el placer por escuchar una música armónica nos incita a generar más música, el placer frente a un paisaje encantador nos invita al arte, el deseo de conocer universos más lejanos nos estimula a explorar más allá de nuestro conocimiento. Todos esos impulsos son vitales. O sea son sexuales. Son energía en movimiento.

Apenas nacemos los bebes buscamos el confort y el placer a través de todos los sentidos. Todas las sensaciones placenteras o desagradables, son sensoriales. Provocan un efecto sobre nuestro cuerpo -en primer lugar- y luego a través del cuerpo traducen sus impresiones sobre todo nuestro campo de percepción.

Si desplegamos nuestras pulsiones instintivas dentro del confort y en contacto con el cuerpo materno, simplemente nos desarrollamos en concordancia con nuestra especie. Mamar los pechos de nuestra madre es el primer acto en el que desplegamos nuestra carga sexual en la que están involucrados el placer, el amor, el deseo, la satisfacción y la supervivencia.  Observemos que también está regido por un ritmo sensible y armonioso entre la succión del niño y la producción de leche de la madre.

Pero la mayoría de las personas que hoy somos adultas, no hemos tenido la oportunidad de ingresar a la vida a través del placer sensorial de mamar. Por lo tanto no hemos experimentado la intensidad del placer ni el éxtasis del amor.

De hecho nos hemos ido acostumbrando a la quietud, la pasividad, la dureza y el vacío.  Y aquí estamos, pretendiendo que quienes son niños hoy, se queden quietos.

Laura Gutman