loader image
Nuestro juez interior

 

La vida cotidiana es ardua. Sin embargo algunas personas nos ocupamos de complicarla con auto exigencias absurdas, pretensiones distorsionadas y mandatos internos que harían empalidecer a cualquier soldado de batallas heroicas. Opera en nuestro interior un juez implacable que juzga desmedidamente cualquier actitud que no haya colmado al máximo nuestras propias expectativas personales, midiendo con desmedida severidad el alcance de nuestros desempeños. A veces creemos que podríamos haber hecho las cosas mejor. En efecto, siempre es posible mejorar. Sin embargo todos nosotros hacemos lo mejor que podemos, en todos los ámbitos. Nunca he visto que una madre haga lo menos posible para sus hijos, ni un albañil haga la peor construcción, ni un artista la obra más fea, ni un empresario lo menos arriesgado ni un ama de casa la tarea menos esforzada. Todos intentamos, cada día, de acuerdo a nuestros recursos, hacer el máximo bien. Por eso, para las personalidades demasiado exigentes sería conveniente amarnos un poco más, aceptarnos como somos con nuestros costados débiles, necesitados o marchitados. Así podríamos también ablandar nuestras apreciaciones hacia los demás. Podríamos mirar de vez en cuando todo lo que sí somos capaces de llevar a cabo. Podríamos amar nuestros errores, nuestro cansancio, nuestras tristezas o nuestros desengaños permitiendo que aflore espontáneamente de nuestro interior todo aquello que sea regular, incompleto, desbordado, a medio camino, desencajado o distraído. Porque esas partes menos sólidas también constituyen eso que somos. Nos hacen humanos, imperfectos, alcanzables, iguales a los otros. A algunos de nosotros nos haría bien dejar de juzgarnos a cada rato para encontrar la belleza en los defectos, en los propios y en los ajenos. Entonces la vida podría convertirse en una brisa suave y delicada, las personas se acercarían sin tanto miedo, nosotros tendríamos menos miedo a equivocarnos y nos daríamos cuenta que todos somos merecedores de ser amados, sobre todo si abrimos nuestras corazas, si somos menos duros con nosotros mismos y si damos la bienvenida a los vientos de la tolerancia.

Laura Gutman