Las mujeres somos cíclicas, pero se espera que seamos constantes y lineales.
El ciclo menstrual es una manifestación permanente de nuestro pulso circular, sin embargo las mujeres no nos la apropiamos ya que seguimos ignorando su potencia más allá de la manifestación física. De hecho muchas mujeres estamos tan condicionadas que somos incapaces de guiar a nuestras propias hijas permitiendo que su educación recaiga en manos de amigas jóvenes tan poco experimentadas como ellas. Posiblemente las madres tenemos tan poco conocimiento sobre nuestros propios ciclos y hemos quedado tan traumadas por las primeras experiencias menstruales vividas en soledad y bajo amenazas, que carecemos de modelos femeninos sobre los cuales basar nuestra guía e instrucción.
Para entrar en contacto en el pulso cíclico que nos constituye, las niñas necesitan un acompañamiento amoroso y cercano. En todas las civilizaciones se han utilizado rituales de transición para dejar constancia que un individuo dejaba atrás una fase de su vida y comenzaba una nueva etapa de conocimiento y percepción. Estos rituales solían marcar un cambio de rango dentro de la comunidad como la pubertad, el matrimonio o la consagración de un sacerdote. Estas modificaciones incluían nuevas responsabilidades y a veces ciertas restricciones sociales.
En nuestros tiempos hemos ido perdiendo el concepto de ritual. Sobre todo para la pubertad en el que no hay ninguno que la identifique. Sólo subsiste alguna idea respecto a convertirse en mayor de edad acompañado por ciertos derechos y obligaciones sociales, como tomar alcohol o votar; pero no contamos con un acontecimiento específico para marcar el pasaje del niño al joven, lo que los lleva a oscilar entre una etapa y la otra sin tener en claro qué se espera de ellos.
El ritual de transición de una niña tendría que señalar el comienzo de su vida como mujer. El acto físico de la primera menstruación es un ritual natural que hace relativamente poco tiempo ha comenzado a ser ignorado como tal. La vida de la joven cambia porque deja de ser lineal y pasa a adoptar el comportamiento cíclico de la mujer. Va a tener que reconocer, percibir y aceptar el cambio aprendiendo de sus propias experiencias para ir madurando. No es un cambio intelectual, sino que necesita sentir que se está convirtiendo en una joven adulta, y para ello necesitará entrar en contacto con su propia naturaleza femenina.
La primera menstruación es en efecto un despertar que merece el acompañamiento de las mujeres maduras que ya sabemos cómo es vivir la vida dentro del ritmo perfecto del ciclo. De hecho las mujeres necesitamos ritualizar la totalidad de nuestra vida cíclica ya que no es lo mismo sangrar que ovular cuando despertamos, caminamos, cocinamos, hacemos el amor, estudiamos, trabajamos o pensamos. Son momentos internos totalmente distintos que guían y organizan sutilmente nuestro estar en el mundo, con una cadencia y un ritmo específicos. No importa que los demás no lo reconozcan. Es imprescindible que las mujeres registremos y respetemos nuestro ritmo tomando en cuenta nuestra esencia cíclica, cambiante y circular de nuestro ser femenino.
Las mujeres llevamos el ritmo en nuestros cuerpos y los varones la pueden vivir a través nuestro. Es la fuerza vital encausada.
Laura Gutman